José Martínez Cruz
1.- Aprendimos a trabajar colectivamente.
Desgranar el maíz con un olote. Nos reuníamos a la luz de una vela en grupo en la casa de los Sierra, en Lechería, junto a las mazorcas de maíz, para desgranarlo y llenar unas cubetas que nos pagaban con unos centavos. Íbamos hermanos y hermanas así como primos y primas a trabajar. Yo tenía 5 años y recuerdo que el olor a establo impregnaba el ambiente. Al regresar a la casa, nos tomaban de la mano entre Alta, Manuel y Delfina, para que no tuviéramos miedo los más pequeños que éramos Santos y yo, cuando pasábamos entre los magueyes y nopales en medio de la obscuridad. Con los centavos que nos pagaban podíamos comprar pan y dulces. Ya mamá nos esperaba con tostadas fritas en aceite, con frijoles, queso y crema, para cenar rico. La felicidad tenía rostro de madre amorosa y padre trabajador. Era final de los años 50s de un siglo XX que nos vio nacer.
2.- El amor a la tierra y el jornal desde niños.
Aprendimos a trabajar la tierra con nuestras propias manos desde pequeños. Si bien es cierto que la milpa fue cultivada por mi padre durante su juventud en Cuamio, Michoacán y al llegar a Lechería en el Estado de México no teníamos tierra para sembrar, papá trabajaba toda la semana en la fábrica de llantas Good Year Oxo y "descansaba" los sábados rentando una parcela allá por un rancho por Atlamica, para enseñarnos a sembrar maíz y calabaza.
Cuando caminábamos hacia la escuela primaria en La Conchas, de Tultitlán, desde la colonia La Loma, en Cuautitlán, había aún varias parcelas de cultivo y en una de ellas la señora dueña nos invitó a trabajar deshierbando la milpa y pagandonos unos veinte centavos por jornada, siempre y cuando no cortaramos ninguna matita de maíz, o nos las descontaba. No éramos trabajadores agrícolas como el niño yuntero de la canción de Serrat, pero la sed y el cansancio nos enseñó a valorar todo tipo de trabajo. Antes de salir corriendo hacia el "llanito" a nadar en agua que se utilizaba para regar los campos de cultivo y que poco a poco se iba contaminando por las descargas de los drenajes de las fábricas. El trabajo era como un juego, o lo parecía, cuando lo hacíamos todos juntos, allá por 1963, cuando yo tenía la misma edad que hoy tiene mi nieto Ernestito, 8 años.
3.- Aprender a respetar los alimentos y los sentimientos.
Abuelo, ven y mata la cucaracha, pero no la espantes, me dijo Ernestito. Lo voltie a ver y luego de matar la cucaracha, me quedé pensando. Recuerdo que cuando ayudabamos a papá a matar los cerdos, para preparar las carnitas y chicharrones que vendíamos, nos decía que no tuviéramos tristeza ni miedo, porque entonces él cerdito no se podía morir. Mamá le torcia el pescuezo a las gallinas para hacerlas en caldo y mientras éstas pataleaban, nos veía y decía, váyanse para allá porque no se puede morir si la miran con lástima. Cuando fui a las comunidades indígenas de Chiapas, escuché que el abuelo se inclinaba frente al borrego y le pedía perdón porque le iba a quitar la vida para tener que comer. En una ocasión llegamos a la escuela primaria muy temprano y nos quedamos a ver como mataban las vacas en la carnicería, con un cuchillo que le clavaban en la nuca y luego cortaban la yugular para desangrarla, mientras veíamos como sus ojos desorbitados parecían más tristes que nunca. Hoy sé que todo ser vivo tiene fibras sensibles y que la relación que tenemos con ellos varía de cultura en cultura y de pueblo a pueblo, pero que el sentido ético nos lleva a repensar una y otra vez en los medios y los fines, como nos convoca a hacerlo unas palabras de un niño de 8 años que está atento a lo que pasa en el mundo.
4.- Un olor que pica y hace llorar.
Las pimientas se ponían en una bolsita de hule naylon y se sellaba con la lumbre de una vela. Igual se hacía con los cominos, orégano, canela, clavo, escogiendo una a una con nuestras pequeñas manos. Era una tarea que nos pagaban con unos centavos luego de tres o cuatro horas, ya que hubiéramos regresado de la escuela primaria, haber comido y hecho la tarea. La mezcla de olores impregnaba todo el ambiente y en ocasiones nos hacía estornudar tan fuerte que provocaba una risa generalizada entre los que ahí trabajábamos. Al salir hacia la casa, pasábamos antes a la tienda a comprar unos gansitos o panques de nuez, para llegar a cenar con un té de canela caliente que nos había preparado mamá.
5.- Si no vendes, caminas.
Siguiendo el ejemplo de mi hermano Román, que compró una caja de chicles y se fue a la parada de los camiones a venderlos, hicimos lo mismo. Me preguntaba cómo le haría para ofrecer los chicles, si con trabajos me salía la voz. Así que decidí subirme al camión que iba rumbo a Cuautitlán. No vendí ninguno y me quedé sin voz cuando vi que en el asiento trasero viajaba la niña que yo quería que fuera mi novia al salir de la primaria. Tenía que pedir al chofer que me bajara en la fábrica de Guanos y Fertilizantes, pero mejor me senté hasta llegar a Cuautitlán. Regresé caminando hasta la Loma, rumiando para mis adentros, y me propuse que en algún momento lograría expresar en palabras lo que pensaba y sentía. Creo que los chicles nos los masticamos todos en la casa, con la mano de mi mamá acariciando mi cabello, diciendo que no me preocupara, no todo mundo sabe hacer lo mismo, dijo sabiamente.
6.- Construir con las propias manos.
Cuando me recargué en la pared recién construida, sentí cómo lo sólido se desvanecía en el aire y los ladrillos se desplomaban sin poder detenerlos. Toda una jornada de trabajo destruida en un instante. Es una imagen que recuerdo de cuando estaba aprendiendo el oficio de albañilería. Había concluido de estudiar en la escuela secundaria y, debido a la huelga estudiantil de 1968, los calendarios escolares se habían desajustado. Así que durante más de un año permanecí en la casa, durante 1970, hasta que ingresé al CCH en marzo de 1971. En ése período el maestro albañil Rafael, empezó a construir el segundo piso de la casa de la familia en La Loma. Papá tenía uno de los salarios más altos de la región por las huelgas y luchas sindicales que habían realizado. Así que empecé a trabajar como "chalan" de albañil. Era un trabajo físico extenuante, cargar tabiques, arena, grava, cal, cemento, agua, madera, varillas, alambre, clavos, cucharas, palas, plomada, todo tipo de herramientas y materiales de construcción. Un trabajo duro y rudo. Con el apoyo de toda la familia y amigos se terminó de construir las paredes y colar la loza del techo. Una pequeña falla en el cálculo del peso nos obligó a utilizar una palanca de madera para ajustar los polines que la sostenían. No había Arquitectos que hicieran los planos, sino la experiencia de papá y el maestro Rafael, para diseñar empíricamente una casa que tenía la sala más grande de la colonia, misma que albergaria en 1972 a decenas de amigas y amigos que organizamos el Club Juvenil "El Poder de la Razón". Una vez que concluimos la construcción de la casa, me invitó el maestro Rafael a trabajar en otra construcción, en donde recibí mi primer salario como albañil y cuando lo iba a entregar a mamá, ella me abrazó y me dijo al oído, te lo has ganado con tu propio sudor de la frente, disfrutalo hijo querido.
7.- De cruces y de tumbas.
Pintamos cruces en las tumbas del panteón, dibujando las letras, en los días de muertos, y nos pagaban unos pesos, porque no teníamos faltas de ortografía y le dábamos un toque antiguo al diseño de las letras.
Las manos quedaban desolladas y casi se borraban las huellas de los dedos, cuando limabamos con sosa cáustica las lápidas de mármol y le dábamos brillo sin usar guantes. Nos pagaban por cada pieza que terminábamos y que aumentaba cuando el número de muertos crecía, sin que, ahora lo sé, hubiera una pandemia como la que enfrentamos recientemente.
Estudien para que no trabajen tan rudamente como yo, decía mi padre, que siempre nos apoyó para ir a la escuela, aunque él sólo pudo estudiar 4o. año de primaria y mamá nunca pudo estudiar en la primaria.
8.- De fuerzas físicas y usos de la palabra.
Quise entrar a trabajar en las fábricas textiles y automotrices del Valle de Cuernavaca, cuando llegamos a hacer trabajo militante de organización sindical. Entre a trabajar a Nobilis Lees para desmontar maquinaria textil en desuso y no me recontrataron porque todos los obreros me reconocían como el que distribuía volantes y periódicos a puerta de fábrica.
Solicité entrar a la industria química Mexama y me dieron un trabajo de estibar y empacar sulfato de sodio para la exportación. No me daban las fuerzas para cargar y descargar bultos de 50 kg durante toda la jornada de 8 horas. Me pagaron salario mínimo y no me renovaron contrato.
Entonces habíamos empezado a escribir en un periódico del PRT en Morelos, llamado El Militante, del que fui director y lo hacía durante toda la noche, sin recibir paga alguna. Escribí artículos para Bandera Socialista y para El Correo del Sur, sin salario.
Fue entonces, en 1977, cuando construimos el Frente Pro Defensa de los Derechos Humanos de Morelos, cuando nació el periódico Uno más Uno y empecé a colaborar como corresponsal en Morelos. Me pagaban por cada nota que dictaba por vía telefónica, porque aún no había fax.
Entre a trabajar como corrector y redactor en el periódico El Noticiero del Sur, que se hacía en una imprenta muy antigua. Me pagaban poco, pero aprendí a corregir y además me publicaban una columna llamada "Mundo obrero".
9.- El oficio de escribir.
Mi maestro de redacción en el CCH fue Jorge Peña Rodríguez. Más que reglas de ortografía, nos enseñaba a aprender a aprender, como un método para saber interpretar los signos de los tiempos, como nos la había enseñado mi mamá, que no sabía leer ni escribir, pero tenía la palabra precisa, la sonrisa perfecta, como años después escuché cantando a Silvio Rodríguez.
Me invitaron a colaborar en una revista llamada Demoz y ahí aprendí que la escritura política también podía ser desde la narración literaria. Me eligieron como Director del periódico del PRT, Bandera Socialista, donde incluimos poesía y literatura, sexualidad y militancia política, para impulsar el debate, la reflexión crítica y el compromiso de luchar por transformar la realidad. Como era un trabajo profesional de tiempo completo, recibía un salario del partido.
Escribir es un oficio. La palabra se labra a martillo y cincel, como aprendí en el oficio de albañilería. Se cuida y protege cada palabra, como las hojas de maíz o cada grano de la mazorca. Se piensa mucho lo que se va a plasmar por escrito, valorando cada una de las palabras que no se dijeron.
10.- Escribir desde el escritorio y a raz de tierra.
Narrar lo que ocurre en las fábricas y sindicatos, recogiendo historias de vida y de lucha, permite conocer la formación de la clase trabajadora en el Valle de Cuernavaca. Y plasmarlo en artículos y volantes, en periódicos y revistas, ayuda a construir una memoria histórica.
Ciertamente los ingresos económicos son mínimos y, en ocasiones, hay que combinar con otros trabajos, sobre todo por la llegada del pequeño León Ernesto en 1979. Fue así como hice un curso intensivo de organización y capacitación campesina para la producción y comercialización de sus productos, ingresando a trabajar en la Secretaria de Agricultura y Recursos Hidráulicos a través del Fideicomiso de Organización y Capacitación Campesina. Me tocó coordinar la región sur poniente de Morelos, desde Miacatlan, Coatetelco, Tetecala, Coatlan del Río y Amacuzac. Reuniones, asambleas, cursos a grupos campesinos de la región. Hicimos un periódico tipo volante con el nombre de "Pido la Palabra", para narrar sus luchas y demandas de apoyo al campo. Solo duramos un poco más de 2 años y nos despidieron porque éramos demasiado subversivos, según nos dijo el Delegado de la SARH.
11.- De actividades políticas y otras sorpresas
Trabajar de Diputado Federal suplente ha sido una experiencia extenuante en las dos ocasiones en que he sido, de 1982 a 1985 la primera vez y de 1997 al 2000. Siendo suplente de Pedro Peñaloza en la diputación lograda por el PRT, dediqué gran parte a redactar y digir el periódico, y la segunda ocasión, suplente de Patria Jiménez, me tocó ser Director de la Revista Desde los 4 Puntos, de Convergencia Socialista.
12.- Aprender a aprender mediante la metodología de la pregunta.
Formular una pregunta implica tener ya la mitad de la respuesta. Esto fue lo que hicimos en los cursos de formación política de la Escuela Nacional de Cuadros del PRT cuando asumí la Dirección, nombrado por el Comité Político, una vez que regresé de Ámsterdam, Holanda, en 1985, luego de asistir a la escuela de la IV Internacional, durante 3 meses en el Instituto de Investigación, Formación y Educación (IIRE), con Ernest Mandel, Jannete Habel, Daniel Bensaid, Michael Lowy, Charles André Udry, Caterine Verla, Pierre Rousset, Robert Went, Eric Toussaint, Sandor Krivine, Livio Maitan, entre otros camaradas, daban los temas económicos, políticos, historia de las revoluciones, estrategia revolucionaria y experiencias de construcción partidaria.
Estuve varios años en la dirección de la escuela de cuadros del PRT trabajando con un equipo de camaradas, impartiendo cursos de duración de hasta 30 días en instalaciones que conseguíamos con sacerdotes y religiosas de la teología de la liberación en Cuernavaca.
13.- Leer mucho, pensar y reflexionar colectivamente para plasmar las palabras.
La experiencia de trabajar en medios de comunicación militante, como redactor o director de periódicos como Bandera Socialista o Revistas como Desde los 4 Puntos, me permitió también colaborar con artículos en la prensa internacional como Rebelión o La Internacional, así como en periódicos nacionales como El Universal Morelos, El Financiero Morelos, El Sol de Cuernavaca, y trabajar como corrector de estilo y redacción en La Opción de Morelos y colaborar en El Clarín de Morelos, así como La Jornada Morelos, donde publicamos el suplemento semanal "Derechos Humanos de Todas y Todos". Actualmente se publica una columna semanal llamada "Palabras Compartidas" en Lo de Hoy Morelos, entre otros medios.
14.- vivir la vida intensamente.
Los mejores relatos son los que se escuchan en las reuniones en torno a una mesa, disfrutando el inmenso amor de quienes luchan por transformar la realidad que nos toca vivir.